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Etiqueta: feminismo

Nuevo León ante la tentación de “normalizar” el aborto

En Nuevo León vuelve a encenderse una alarma que algunos insisten en disfrazar de “progreso”: reabrir la puerta a la despenalización del aborto. No es un rumor; hay iniciativas y presiones concretas para mover la balanza legislativa. Y, sin embargo, nuestro Congreso luce tibio. La misma tibieza que permitió, sin un debate de fondo con la sociedad, aprobar cambios que hoy se venden como inevitables y mañana se usan como precedente.

El problema no es solo una votación más: es una forma de entender la política. Cuando los representantes renuncian a la deliberación seria y a la defensa de principios, la agenda pública queda capturada por eufemismos y consignas. Se habla de “derechos” en abstracto para evitar nombrar lo que está en juego: una vida humana en gestación y una madre que necesita apoyo real, no un atajo legal que la deje sola antes y después.

Aquí aparece la segunda falla: no tenemos un partido abiertamente provida y profamilia. Todos proclaman moderación, pero mantienen en sus filas a quienes empujan—con disciplina—la agenda progresista. Llegado el momento, las bancadas se alinean con el clima del día y no con los valores de miles de familias que quieren políticas de protección a la maternidad, a la infancia por nacer y a la familia como institución básica de la sociedad.

Defender la vida desde la concepción no es dogma sectario: es una posición ética, científica y socialmente responsable. Ética, porque la dignidad humana no se adjudica por tamaño, semanas o utilidad. Científica, porque la embriología es clara respecto del inicio de un nuevo organismo humano. Socialmente responsable, porque el camino civilizado no es eliminar al vulnerable, sino acompañarlo: a la madre con redes de apoyo, salud mental, guarderías, vivienda y trabajo; al hijo por nacer con protección jurídica y políticas públicas que lo reconozcan.

La tibieza legislativa tiene un costo que no aparece en las cifras, pero se siente en las calles: familias fracturadas, mujeres abandonadas y una cultura que normaliza la salida más rápida. Eso no es progreso; es renuncia. La verdadera política pública exige ir a lo difícil: prevención, educación integral con participación de los padres, combate a la violencia y apoyos concretos a la maternidad vulnerable. Y sí, un Estado que ponga primero la vida.

A quienes hoy flotan en la ambigüedad les pregunto: ¿van a volver a votar de espaldas a la sociedad que dicen representar? ¿Van a dejarse arrastrar por tendencias de turno o tendrán el carácter de construir una mayoría por la vida, la familia y las libertades fundamentales?

Mi postura es conocida y no cambiará: soy provida. Me encontrarán siempre del lado de la madre y del hijo, del lado de políticas que acompañen en vez de descartar, y del lado de una democracia que se sostenga en principios, no en encuestas. Somos pocos los que defendemos esta causa sin miedo, pero no estamos solos: hay ciudadanos, iglesias, organizaciones y profesionales que trabajan todos los días para demostrar que sí hay alternativas y que sí podemos cuidar las dos vidas.

¿Qué sigue? Exigir votaciones nominales (que cada diputado dé la cara), pedir audiencias públicas reales, impulsar un paquete provida con apoyos a la maternidad, adopción ágil y protección a la infancia, y recordar en 2027 quién defendió valores y quién se escondió en la tibieza. La política es responsabilidad de todos; la vida también.

Nuevo León merece algo mejor que la moda ideológica y el cálculo. Merece convicción. Y desde aquí afirmo: no renunciaremos a defender la vida. Compartamos este debate, elevemos el nivel de la conversación y hagamos nuestra parte para que la ley proteja a quien no puede defenderse. Porque una sociedad que aprende a cuidar al más vulnerable es una sociedad que todavía tiene futuro.

La trampa de la paridad: cuando el sexo importa más que la capacidad.

Uno de los grandes errores que ha cometido el sistema político mexicano en los últimos años es haber sustituido la meritocracia por la paridad forzada. En teoría, las leyes de paridad de género nacieron con la intención de “garantizar” que las mujeres tuvieran acceso a espacios de poder. Pero en la práctica, estas leyes han sido una trampa ideológica que reducen al ser humano a su sexo, y no a su capacidad, preparación o trayectoria.

Durante mi tiempo como diputado local en Nuevo León, siempre voté en contra de las reformas de paridad. Y no por capricho, ni por estar en contra de las mujeres —como muchos intentaron hacer creer—, sino porque estoy convencido de que la equidad real se construye desde la libertad y el mérito, no desde la imposición legal o las cuotas obligatorias. Nadie debería ocupar un cargo público solo por ser hombre o mujer, sino por estar calificado, por tener principios firmes y por representar genuinamente a la ciudadanía.

El problema de fondo con la paridad de género es que cosifica a las personas, y convierte la política en una competencia de cuotas, no de ideas. Hoy vemos cómo candidaturas, regidurías, diputaciones e incluso cargos en el Poder Judicial se reparten bajo una lógica de “mitad y mitad”, sin importar si el perfil propuesto es el mejor. ¿El resultado? Un debilitamiento de la función pública, la simulación institucional y, en muchos casos, la imposición de figuras sin experiencia ni compromiso, pero que cumplen con el “requisito” de sexo o como le quieren llamar ahora “género”.

Y esto no solo afecta a los hombres, como muchos suponen. También perjudica a las mujeres valiosas, capaces, preparadas y con vocación de servicio, porque se genera la percepción de que “están ahí por cuota”, no por mérito propio. La paridad impuesta termina siendo un insulto a la inteligencia femenina, al asumir que las mujeres no pueden llegar por sí mismas, sino que necesitan una ley que las acomode.

Es triste ver cómo el discurso de la igualdad ha sido secuestrado por la ideología. Lo que comenzó como una lucha legítima por abrir espacios a sectores históricamente marginados, hoy se ha convertido en un sistema rígido, injusto y profundamente discriminatorio. Porque cuando se privilegia el sexo sobre la capacidad, se discrimina al más capaz solo por no pertenecer al sexo “correcto”.

Yo creo en la igualdad, pero en la igualdad de oportunidades, no de resultados. Creo que cada persona debe tener las mismas condiciones para competir, pero no que todos deban obtener los mismos lugares por decreto. Esa es una visión colectivista, estatista y profundamente contraria a los principios de libertad individual.

La política, como cualquier otra vocación, exige preparación, principios y convicciones. Lo que necesitamos son legisladores, alcaldes, jueces, funcionarios comprometidos con la verdad, con el bien común y con valores firmes. Si eso lo tiene un hombre, que sea él. Si lo tiene una mujer, que sea ella. Pero que lo defina el mérito, no el sexo.

Sé que este no es un discurso popular en tiempos donde impera la corrección política. Pero también sé que muchos ciudadanos comparten este sentir y no se atreven a expresarlo por miedo a las etiquetas. Nos han hecho creer que cuestionar la paridad es sinónimo de machismo. Falso. Es sinónimo de sentido común.

En un país como México, donde enfrentamos retos enormes en materia de seguridad, justicia, economía y educación, no podemos darnos el lujo de jugar a la política identitaria. Necesitamos a los mejores, sin importar si son hombres o mujeres. Y necesitamos acabar con esta cultura de cuotas que solo genera resentimiento, simulación y mediocridad.

Por eso, reitero con orgullo que voté en contra de las leyes de paridad y lo volvería a hacer. No porque no quiera mujeres en el poder, sino porque quiero personas con valores, capacidades y vocación de servicio. Y estoy convencido de que muchas mujeres reúnen esos requisitos, sin necesidad de una ley que las ponga a la fuerza.

La verdadera justicia no se logra con leyes que dividen, sino con principios que unen. Que nadie nos obligue a elegir entre la equidad y la excelencia. Podemos y debemos aspirar a ambas. Pero para eso, hay que recuperar el sentido común y volver a poner al mérito por encima del sexo.

Lic. Carlos Leal
Empresario y exDiputado del Congreso de Nuevo León.