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Etiqueta: paridad

Solo LGBT para candidatura a gobernador 2033

La conversación política en Nuevo León se ha ido deslizando, paso a paso, de la paridad “piso parejo” a la paridad-veto: primero cuotas obligatorias por sexo, ahora la tentación de postular solo mujeres a la gubernatura en 2027. Y si seguimos esa lógica identitaria, no tardará en llegar el siguiente peldaño: cuotas únicas LGBT. No es una exageración; es la consecuencia natural de haber sustituido el principio de igualdad ante la ley por el reparto de candidaturas según etiquetas. Por eso lo digo con todas sus letras: si no frenamos esta deriva, en 2033 estaremos discutiendo “solo LGBT para la gubernatura”.

La premisa de fondo es equivocada: que la representación política se corrige cerrando boletas, no abriendo competencias. Que el Estado puede fabricar justicia a punta de prohibiciones: hoy a varones, mañana a heterosexuales, pasado a quien no pertenezca al colectivo correcto. Eso no es igualdad; es ingeniería electoral que degrada la democracia, desalienta el talento y convierte a los partidos en administradores de cupos, no en buscadores de los mejores.

Tres razones para decir no a la pendiente identitaria

  1. Lesiona libertades básicas.
    La democracia se sostiene en dos libertades gemelas: el derecho de cualquier ciudadano que cumpla requisitos a ser votado y el derecho de todos los electores a elegir entre la oferta completa. Una boleta “solo mujeres” o “solo LGBT” cancela ambas. No importa a quién excluyas: el problema es excluir por identidad.
  2. Empobrece la competencia.
    Las cuotas rígidas sustituyen la búsqueda de mérito por el llenado de casillas. Cuando el incentivo ya no es ganar a los mejores, sino cumplir con el cupo, florecen la simulación y el reparto interno. Menos competencia = peores gobiernos.
  3. Normaliza el privilegio por etiqueta.
    Si aceptamos que el sexo determina la boleta, mañana lo hará la orientación; después, la militancia del lobby de moda. Se desplaza la política de las ideas y resultados a la administración de identidades. Quien gana por cuota siempre carga el estigma: “ganó por etiqueta”.

Ni paridad ni cuotas: mérito

Si el problema son barreras reales para que más mujeres y jóvenes compitan, ataquemos las barreras, no la boleta. ¿Qué sí funciona?

  • Procesos abiertos y medibles en los partidos: criterios públicos de selección, debates obligatorios y currículos verificables.
  • Compatibilidad trabajo–familia: licencias, guarderías y horarios reales en gobierno para que madres y padres puedan competir sin penalización.
  • Sanción efectiva al acoso y la violencia política sin convertir la ley en mordaza.
  • Transparencia ciudadana: un “tablero de méritos” con experiencia, resultados y probidad; que el elector compare sin filtros identitarios.
  • Cláusula de neutralidad: prohibir en leyes y estatutos cualquier restricción a candidaturas basada en sexo, orientación o credo. El único filtro debe ser capacidad y carácter.

“Acción afirmativa” no es sinónimo de veto

Seamos claros: apoyo la participación de más mujeres valiosas y de todo ciudadano capaz. Lo que rechazo es el veto. Una “acción afirmativa” que cancela la libre competencia deja de ser afirmativa y se vuelve punitiva. Sirve al partido que reparte, no al votante que evalúa. Y pavimenta el camino para la siguiente exigencia corporativa: hoy solo mujeres, mañana solo LGBT, pasado solo X. ¿De verdad queremos decidir el futuro de Nuevo León con un catálogo de siglas, y no con méritos verificables?

Llamado a la derecha y a los conservadores

Quienes defendemos la vida, la familia y las libertades fundamentales debemos defender también la meritocracia, la libertad del electorado y la neutralidad del Estado frente a identidades. La agenda identitaria no se detiene donde te parece “razonable”; siempre pide más. Si hoy guardas silencio ante “solo mujeres 2027”, no tendrás autoridad para oponerte a “solo LGBT 2033”.

Pidamos a los diputados de Nuevo León un compromiso público:

  • No aprobar cuotas identitarias de ningún tipo.
  • Blindar en la ley el derecho a competir de todos y la libertad del votante a elegir entre todas las opciones.
  • Sustituir la paridad obligatoria por procesos de selección basados en mérito y transparencia.

Nuevo León no se hizo grande con repartos, sino con exigencia, trabajo y resultados. El futuro no necesita cuotas; necesita a los mejores. Ni paridad ni privilegios; reglas iguales y competencia abierta. Y si quieren hablar de 2033, hablemos en serio: que esa elección nos encuentre con boletas sin candados y con candidatos —hombres o mujeres, de cualquier origen— que hayan demostrado mérito, carácter y resultados.

La trampa de la paridad: cuando el sexo importa más que la capacidad.

Uno de los grandes errores que ha cometido el sistema político mexicano en los últimos años es haber sustituido la meritocracia por la paridad forzada. En teoría, las leyes de paridad de género nacieron con la intención de “garantizar” que las mujeres tuvieran acceso a espacios de poder. Pero en la práctica, estas leyes han sido una trampa ideológica que reducen al ser humano a su sexo, y no a su capacidad, preparación o trayectoria.

Durante mi tiempo como diputado local en Nuevo León, siempre voté en contra de las reformas de paridad. Y no por capricho, ni por estar en contra de las mujeres —como muchos intentaron hacer creer—, sino porque estoy convencido de que la equidad real se construye desde la libertad y el mérito, no desde la imposición legal o las cuotas obligatorias. Nadie debería ocupar un cargo público solo por ser hombre o mujer, sino por estar calificado, por tener principios firmes y por representar genuinamente a la ciudadanía.

El problema de fondo con la paridad de género es que cosifica a las personas, y convierte la política en una competencia de cuotas, no de ideas. Hoy vemos cómo candidaturas, regidurías, diputaciones e incluso cargos en el Poder Judicial se reparten bajo una lógica de “mitad y mitad”, sin importar si el perfil propuesto es el mejor. ¿El resultado? Un debilitamiento de la función pública, la simulación institucional y, en muchos casos, la imposición de figuras sin experiencia ni compromiso, pero que cumplen con el “requisito” de sexo o como le quieren llamar ahora “género”.

Y esto no solo afecta a los hombres, como muchos suponen. También perjudica a las mujeres valiosas, capaces, preparadas y con vocación de servicio, porque se genera la percepción de que “están ahí por cuota”, no por mérito propio. La paridad impuesta termina siendo un insulto a la inteligencia femenina, al asumir que las mujeres no pueden llegar por sí mismas, sino que necesitan una ley que las acomode.

Es triste ver cómo el discurso de la igualdad ha sido secuestrado por la ideología. Lo que comenzó como una lucha legítima por abrir espacios a sectores históricamente marginados, hoy se ha convertido en un sistema rígido, injusto y profundamente discriminatorio. Porque cuando se privilegia el sexo sobre la capacidad, se discrimina al más capaz solo por no pertenecer al sexo “correcto”.

Yo creo en la igualdad, pero en la igualdad de oportunidades, no de resultados. Creo que cada persona debe tener las mismas condiciones para competir, pero no que todos deban obtener los mismos lugares por decreto. Esa es una visión colectivista, estatista y profundamente contraria a los principios de libertad individual.

La política, como cualquier otra vocación, exige preparación, principios y convicciones. Lo que necesitamos son legisladores, alcaldes, jueces, funcionarios comprometidos con la verdad, con el bien común y con valores firmes. Si eso lo tiene un hombre, que sea él. Si lo tiene una mujer, que sea ella. Pero que lo defina el mérito, no el sexo.

Sé que este no es un discurso popular en tiempos donde impera la corrección política. Pero también sé que muchos ciudadanos comparten este sentir y no se atreven a expresarlo por miedo a las etiquetas. Nos han hecho creer que cuestionar la paridad es sinónimo de machismo. Falso. Es sinónimo de sentido común.

En un país como México, donde enfrentamos retos enormes en materia de seguridad, justicia, economía y educación, no podemos darnos el lujo de jugar a la política identitaria. Necesitamos a los mejores, sin importar si son hombres o mujeres. Y necesitamos acabar con esta cultura de cuotas que solo genera resentimiento, simulación y mediocridad.

Por eso, reitero con orgullo que voté en contra de las leyes de paridad y lo volvería a hacer. No porque no quiera mujeres en el poder, sino porque quiero personas con valores, capacidades y vocación de servicio. Y estoy convencido de que muchas mujeres reúnen esos requisitos, sin necesidad de una ley que las ponga a la fuerza.

La verdadera justicia no se logra con leyes que dividen, sino con principios que unen. Que nadie nos obligue a elegir entre la equidad y la excelencia. Podemos y debemos aspirar a ambas. Pero para eso, hay que recuperar el sentido común y volver a poner al mérito por encima del sexo.

Lic. Carlos Leal
Empresario y exDiputado del Congreso de Nuevo León.